LA  la risa ingenua ante los inevitables contratiempos de la vida nos desarma, nos humaniza. La risa encantada ante el universo que se crea de la nada, la imaginación compartida, nos hace poesía. La risa conmovida, que -tercamente- ve la vida a pesar de la muerte, nos hace más sabios. La risa amarilla, perpleja, ante la miseria humana, nos provoca y llama a nuestra acción. La risa ácida del escarnio contra quienes nos explotan forja un grupo, una resistencia. Son muchas las risas que persigo en este oficio -tan antiguo y actual- de mostrar que el rey, y todos nosotros, estamos desnudos: ser un payaso. El payaso de nuestro tiempo, a mi modo de ver, es el payaso-vagabundo, mitad bufón, mitad inocente, que sobrevive con las migajas de la humanidad, recordándonos que todos somos humanos, aunque esta corona moderna -el dinero- nos haga creer que somos son más que nadie. ¡Conozca un poco de mi torpe trabajo, o más bien, mis “trapalhos”, y mi camino lleno de contratiempos!